Fatal; ojos de hombre fatal

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Diario IDEAL, 11 julio 2012

La luz blanca se refleja en la pupilas inertes del cuerpo que yace a estas horas en la zona más fría del tanatorio. Es la zona reservada para que el necrocirujano acuda para realizar las autopsias en casos como el presente. Extraño, confuso, inusual. La prensa no sabe muy bien qué adjetivo calificativo usar al tiempo que se va construyendo el ‘tempus’ de lo acaecido en la tranquila municipalidad de Tegus. Los algo más de cinco mil habitantes se han visto  sorprendidos en la tarde de ayer cuando el ruido de un enjambre de sirenas y luces de colores tomó la puesta de sol que a esa hora anaranjaba las paredes blancas de las diferentes casas repartidas por la enorme extensión que ocupa esta población.

Fundada allá por el siglo XVII, casi siempre sobrevivió del campo y últimamente del cultivo de la marihuana. Un gigantesco laboratorio holandés ha invertido más de cien millones de euros en Tegus para crear el mayor laboratorio de transformación y aplicación terapéutica de todo el continente. Desde luego Tegus ha dejado de ser aquel pueblo agrícola y ya está comenzado a convertirse en una mezcla de modernidad y albergue de albañiles eslovacos que son los que están terminando de construir el laboratorio. Eso, desde luego, ha traído algún que otro problema de orden callejero y sobre todo lo que más se ha notado ha sido el incremento de clientes en Casa Lucrecia donde, dicen, ahora trabajan más de cien chicas.

Pero esta realidad es completamente ajena a lo sucedido hace tan sólo unas horas. Los implicados, una familia ‘bien’ de toda la vida de Tegus. Cierto es que él llevaba más de seis años con problemas de órdenes espirituosos y solía dejarse buena parte de su paga como ujier del colegio público en las barras de los contadas tabernas de Tegus. Sus problemas con el alcohol había provocado que ella solicitara el divorcio. Sus dos hijos, actualmente de diecisiete y otro de diez quedaron, entonces, al amparo de la madre. Sin embargo, tras seis años de luchas, alejamientos, registros, detenciones, calabozos, ayer tarde todo dio un giro inesperado.

El necrocirujano ha llegado. Entra en la zona donde el cadáver está expuesto. Hace demasiado frío. El doctor lo sabe y se abrocha hasta el último botón de su bata. Los guantes de látex suena como latigazos al ser colocados. El cuerpo está calcinado. Junto a él, yace otro cuerpo. También quemado. Es de un chico. Su hijo. Una criatura de diez años que ha terminado devorado por las llamas.

Dos horas más tarde, el jefe de policía sale a dar explicaciones a la prensa que se agolpa en la entrada del tanatorio. Balbuceando, traga saliva y comienza a explicar todo lo sucedido. La prensa, ese jolgorio andante que se remueve torpe en las ruedas de prensa, es ahora una masa negra, quieta y silente.

Antonio, 36 años. Divorciado de Susana, 35 años. Se presentó en el domicilio de ella sobre las ocho de la tarde. Tras discutir por el telefonillo, ella se niega a abrirle. Luis de diez años le acompaña en el coche. Antonio, obcecado, llama y llama al timbre sin éxito. Regresa al coche. Con un puñal de caza secciona la yugular de su hijo. Con las manos aún manchadas de sangre regresa a la casa de su ex mujer. Grita. ¡no me quieres ver, pues ahora me vas a ver! Regresa al coche. Coloca una mecha en el depósito de su coche y le prende fuego. Arranca y choca de forma violenta contra una rotonda causando una explosión jamás antes vista en Tegus.

Mientras el necrocirujano oye el relato de los hechos de boca del jefe de policía, recura al milímetro la expresión de las pupilas del fallecido en su mesa metálica: ‘Fatal. Tenía ojos de hombre fatal’.

PA: la ficción jamás podrá superar a la realidad. Nada es comparable con lo acontecido hace unas horas en Vecindario (Gran Canaria).