Fuerza y honor en la montaña (I)

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Cuando acabé allá por noviembre de 2011 la maratón de Donosti, colocado, desorientado y caí rendido en los brazos de Pedro, me juré a mí mismo que no volvería a hacer una prueba de semejante dureza. Me había comido los míticos 42,195 kms en 3 horas y 26 minutos. Descubrí lo que era el muro y por qué el maratón es la prueba de 10 kilómetros más larga del mundo. También aprendí que la preparación y sobre todo, la alimentación es básica para estas pruebas extremas, cuando resulta que no somos corredores profesionales.
 
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Sin embargo, aquella promesa me duraría los minutos que tardé en reencontrarme y recuperarme. Desde entonces no sólo no he dejado de competir sino que además, lucho por mejorar todas y cada una de mis marcas en urbano y sobre todo, gracias a mi bro Pedro, a mi maestra Noe en Jaén y a los amigos y compañeros de Llévamepronto, el virus de la montaña definitivamente se ha inoculado en mi organismo de tal suerte que, salvo la excepción de este mes de marzo con la pedestre de Torre, desde octubre sólo he competido en trail, o sea, montaña.
 
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Y todo tiene su origen en el gran reto que allá por noviembre nos establecimientos cuando nos pusimos como una de las metas para 2013, completar el Gran Trail de Peñalara, una prueba de 110 kilómetros que discurre por toda la impresionante e imponente sierra madrileña, desde Navacerrada.
 
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Con este objetivo llevamos trabajando desde el arranque del año. Y fue cuando llegó la opción de realizar la maratón de Riópar, Desafío Lurbel, ya que el menos en mi caso, jamás había completado tanta distancia en montaña y quería saber qué es lo que era estar, al menos, 4 o más horas corriendo. Mi tiempo máximo había sido 3 horas 40 minutos haciendo hace un par de años la Cuerda larga con Pedro. Dicho y hecho. Nos apuntamos Oscar, Pedro -baja al final por lesión- y un servidor a la tirada larga. Mientras, mi amigo del alma Miguel, en Jaén, caía en la tentación de hacer la media. 
 
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El perfil se presentaba más o menos asequible. +2000 metros no es un desnivel extraño a nosotros que solemos salir con frecuencia a las estibaciones y corazón de la sierra madrileña. Además en esta salidas larga dominicales y casi de maitines, hemos ido cogiendo el suficiente fondo para pensar que podíamos solventar la cita con cierta dignidad.
 
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En mi caso el reto era múltiple: primero por ver mi estado físico en general, segundo ver mi estado mental y tercero, ver si he asimilado algunas de las lecciones más duras que en estos cuatro años he ido aprendiendo a base de sumar horas y horas de entrenamiento en los más diversos y variopintos escenarios: asfalto, carretera, urbano, montaña, alta montaña, media montaña, nivel del mar, etc, no en vano, la semana anterior a la cita de Riópar, había completado un total de 95 kms de entrenamiento %u2013distancia jamás alcanzada en una sola semana-, lo que me llevó hasta este bello municipio albaceteño con una inmejorable moral y un estado de forma que yo valoraba como casi, casi perfecto.
 
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Esto, y además pensar en un fin de semana familiar, el reencuentro con Miguel y el ambientazo de Riópar, nos llevó hasta el coqueto hotelito de Puente Faco -sensacional, fantástico y muy recomendable- y a disfrutar de lo que sería de una carrera, a la postre, convertida por ahora, en el desafío más extremo al que me he enfrentado por lo que a continuación sucedió.