Ha sido un placer 2

Diario IDEAL, 19 mayo 2010

Para no romper el hilo argumental de la semana pasada hoy hablaré también del placer de viajar. Si la semana pasada era Sevilla, ésta es Barcelona. Si hace unos días escribía mi columna desde el AVE, hoy lo hago sentado en el suelo de la nueva y flamante T1 del aeropuerto de Barcelona que los ingenieros parecen haber diseñado con sálvese la parte porque los enchufes, tan necesarios para el ‘cluoding’, la web 2.0 y estas zarandajas cibernéticas, están contadas con los dedos de una mano de un iraní condenado a que se le aplique la ley coránica por haberle robado la cartera al tío de las barbas negras. Haz cuentas y acertarás.

Hoy he vuelto, una vez más, desde julio de 2009 a esta espléndida ciudad que es Barcelona, puerto de mar, cosmopolita, abierta, acogedora y repleta de güiris por cada rincón. La crisis nos ha pasado factura de la buena. Por eso hace tanto meses que no me paseaba por la Diagonal o las Ramblas. Por eso, una vez más, esta ciudad aparece en mi vida para poner en suerte un nuevo toro que con buenos pases de pecho nos permita enfilar los otros dos tercios con cierta alegría de esperar, si no salir por la puerta grande, sí recoger algún trofeo que, en los tiempos que corren, se cotizan más que los mejores del Ibex 35.

La crisis nos obliga a viajar, a emigrar en nuestro propio país, de una comunidad a otra para buscar nuevas oportunidades de negocio y no verse deglutido por el marasmo que estos días nos arrasa al calor de la sindicación vertical y gubernamental. A mí ni éstos, ni aquello políticos y menos, estos desvergonzados sindicalistas, me las han apañado para que mis nenes, cuando piden, pan, cole y pantalones, pueda atenderlos su santo padre buscando las habichuelas allí donde estuvieren. Por eso preferiría vivir en un país sin políticos enfermos y sindicalistas vividores. Pero como eso es imposible -salvo en mi anarquista imaginación de revolucionario de suelo de aeropuerto-, me tengo que chupar muchos kilómetros para salvar la maltrecha economía de mi casa, mi empresa y de repaso, aguantando, aportar un granito de arena para que esto tire p’alante.

Por tanto no me pesan estos kilómetros. Al revés. Me dan más y más ganas para seguir exigiendo un poco de decoro público y la eliminación de chupones sin fondo y con barriga.

Este viaje y el de la semana pasada, son dos viajes con carga emocional. Apuntan hacia la salida del túnel, hacia un cambio de ciclo y hacia ‘otro viaje’ aún por determinar. Pero desde luego para este trayecto no me han hecho falta las alforjas de los ínclitos recitados en ésta y otras columnas. Sólo me ha hecho falta la ganas de superar escalón tras escalón. Los que me conocen lo saben. Hay que ponerse las botas del señor Custer y aguantar pase lo que pase. Y gritar, y saltar, y cargarse en la madre que parió de quién nos haga falta porque nos queda dignidad. La del viajante, la del torero, la del ciclista, la del corredor de fondo, la del pescador, la del agricultor, el vendedor, el funcionario y las amas de casa, pensionistas, jubilados, maestros, etc. y resto de plebeyos que cada mañana se reconocen en el espejo. Los otros, los indignos, deberían ser expulsados de nuestras vidas.

Hoy la dignidad se paga muy cara. La indignidad vende en televisión, te da escaños y hasta subvenciones para cuentas en restaurantes de cinco tenedores. Pero para éstos, el viaje, antes o después se acaba… en Sevilla, Madrid, Barcelona o La Haya. Pero para nosotros, los dignos de ser sólo ‘nosotros’, nos queda camino; un largo y esperanzador camino. Elijamos bien nuestro destino y nuestros compañeros de viaje. El resto, los modos de transporte, serán escogidos según conveniencia. Por eso me encanta viajar. Por eso deseo viajar; por eso prescribo viajar. Siempre ha sido, es y será un placer.