Invadir Manhattan; danzar en Berlín

Diario IDEAL, 1 diciembre 2010

Ha llegado el frío. Se ha presentado, como casi siempre, sin avisar. Llega haciendo visibles a los cristales limpios de las casa donde los más pequeños, grandes o quizá ancianos, trazan los nombres de seres no presentes y sin embargo no olvidados. La diminutas narices se quedan adheridas a la helada superficie de la ventana viendo como un maná decora con harina y polvos de talco tejados, coches y laderas de montañas, presentado un collage enorme de un paisaje que se torna con un gran polvorón.

El frío nos recoge, nos esconde. Apenas si sabemos si ellas llevan sus uñas de los pies de rojo y somos incapaces de si su ropa interior será tan atrevida como cuando el calor nos obliga a arrancarnos casi la piel.

La cama se convierte en una caja metálica en la que, en posición fetal, uno aprovecha las escasas calorías que tiene para dar calor a los centímetros cuadrados que ocupa en los primeros momentos de encontrarse cara a cara con Morfeo. ¿Dónde han ido a parar los desnudos tórridos de las eternas noches de verano? Ahora corres el riesgo de perder un pezón por congelación. Un ligero golpecito y se te cae al suelo -siempre puedes hacer un llavero con él si te apetece, claro-.

Incluso cuando quiero escribir rápido sufro una especie de paralización en mis manos que hace ya varios días que no consiguen entrar en calor y al ser escaneadas presentan de forma perenne un color azulado que, en caso de que me visitara ‘Depredator’, podría hasta salvarme por la escasísima temperatura corporal de mi maltrecho cuerpo.

Esta novelada sensación de frío es la que nos embarga desde este mes de noviembre hasta bien pasado el mes de marzo. Es la época del año que unos aprovechan para escribir y otros para ponerse melancólicos. Yo pienso mejor con calor y por supuesto me inspira más un sofocón de un tanga despistado que un ¡me cago en los muertos qué frío hace!

La nariz incluso parece que pierde toda su riqueza creativa a la hora de recrear recuerdos callejeros a este lado o al otro de la M-30, por ejemplo. Vas tan invadido de mocos sueltos y salvajes que es imposible saber a qué olía aquel rimel o aquella barra de labios.

Sin embargo con este frío la niña del lago saldrá a patinar sobre el hielo buscando al león de piedra junto al embarcadero de ricos ociosos y a paseará con su nuevo amor junto a la Fábrica Roja. Seguirá contando viejas y nuevas historias siguiendo la senda que trazan la aterciopelada alfombra ocre que forman las caducas y mortecinas hojas que decidieron suicidarse cuando llegó este puñetero frío. Y es que el frío es así. Pero no hay que desesperar porque, como todo, pasará. Y volverá el color y el calor. Y regresarán los escotes a las aceras enseñar.

Todo eso y muchos más nos da alas para superar estos gélidos y taciturnos segundos de escritura invernal. Es otro tránsito, como aquella que aliviaba ‘La casa de los espíritus’. ¡Tránsito! Recostado sobre tu pecho nunca se pasa frío. Noto tu corazón. El corazón de la que siempre espera. A que llegue. A que se vaya. El invierno. El verano. O una persona. Es el complejo sistema del paso del tiempo. Personas y tiempo vamos de la mano. Unos, con un reloj y el otro con las estaciones.

Por eso, un día, invadiremos Manhattan y otro, danzaremos en Berlín.