L´Aquila-Ancona

Cuando amanezco en el Federico II y me asomo por el balcón, me asombro. No sé aún cómo he sido capaz de llegar al hotel. L’Aquila es una ciudad laberíntica, inclinada, repleta de callejuelas y cruces mal señalizados, sin apenas señales verticales y ni rastro de las horizontales -o sea, de las pintadas en el suelo-.

Tras un magnífico desayuno, me pongo manos la obra. En el hotel me indican que hay dos horas aproximadas hasta Ancona. Mi barco parte a las 13. 30 horas y debo embarcar al menos con una hora de antelación. Son las 8.30 y no me puedo demorar. Esta vez me pertrecho bien, me abrigo y coloco todas las prendas que tenía para una posible contingencia que pudiera encontrarme de bajas temperaturas -como había ocurrido la noche anterior-.

Salgo de L’Aquila sin problemas. De día todo es más sencillo y rápido encuentro la primera señal -que ya había visto la noche de antes- de acceso a la autopista. Como las españolas pero en verde. Tras varias rotondas y cruces -algunos francamente peligrosos- me incorporo en dirección a Téramo. El día es perfecto, limpio y algo más cálido que la noche anterior. La autopista atraviesa la zona centro de Italia de poniente a levante. Decenas de túneles, puentes, y unas juntas de dilatación que desde luego noto pero ¡bien! Será por los terremotos, pienso.

La última barrera es la de Téramo. Debo buscar Giuliannova que me devolverá de nuevo a la autopista en dirección norte, hacia Ancona. Me vuelvo a encontrar con el mar y el tráfico se vuelve intensísimo. Lo que puedo ver desde la carretera son pueblos costeros a imagen y semejanza que España. Desde luego no podemos negar que somos hijos de la misma cultura y si hay algo que reivindicar, es el Imperio romano. Lo demás son leches postmodernas.

En busca de Ancona, ya en la autopista, me detengo a la altura de Grottamare para tomar unas fotografías. Menudo calor hace ya. Último repostaje a 8 kilómetros de Ancona y directos al puerto. Antes ‘check in’ en la taquilla de Fast Ferries y posteriormente, al muelle 13 para embarcar. Viajar en moto es fantástico. Para embarcar, te colocan el primero y nada de colas. Recomiendo viajan en moto y en barco, experiencias que nada tiene que ver con el mojón del avión que ‘fueraperte’ del acojone, no te permite ver nada de nada.

Embarcamos y a la planta 9. Ancona se presenta ante mis ojos desde el bar en popa, como una ciudad enorme, algo decadente por la antigüedad de sus edificios y con ese aire típico de las ciudades que tienen puerto… por aquí pasa mucha gente de muchos lugares y eso imprime un ‘algo’ diferente a estas ciudades. Nada que ver con las capitales provincianas del interior de España. ¡Que inventen ellos!

En popa y disfrutando del momento, me endoso una Heineken de 0’5 litros. A la salud del personal. A la hora prevista, se recogen los aparejos, se cierran las plataformas y directos a Patras, ya en Grecia. La mar está tranquila y navegar en estas condiones se convierte en un placer para los sentidos. Pronto sólo hay agua por todos lados y es momento de escribir, pensar, oír música, pasear, tomar café… disfrutar de la inmensidad y serenidad de la enorme extensión de agua que se divisa desde la popa.

La estela de los motores del barco, es una gran autopista algodonosa en el mar.

Las familias de las autocaravanas disfrutan de tertulias en sus plataformas, al sol. El tiempo, por unas horas, en el barco se detiene. Todo son agradables tertulias, gentes durmiendo, bebiendo, riendo, viendo la televisión, comiendo, pero se respira tranquilidad. Insisto. Hay que usar más este medio de transporte.

Se acerca la noche, pago 3 euros y tengo 120 minútos de Internet. Atiendo el blog y escribo para ese viaje interior que voy completando por etapas.

La puesta de sol es maravillosa y llena esta zona del barco de personas que no paran de hacer fotos. Son esos segundos que sólo los puedo comparar con las puesta de sol zahareñas. Únicas, por ahora.