La piel de los amantes

Diario IDEAL, 6 octubre 2010

Piensa en una habitación. No una habitación cualquiera. Un dormitorio. Una cama, solitaria. Sin sábanas. Sin ganas de que sea hecha. Esperando, tal vez, que llegue la noche para arroparla y vestirla. Pero no sería lo mismo. No, no es lo mismo. Esa cama, la cama de los amantes es, sin vestir, sin sábanas, el mejor sitio donde poder descubrir los numerosos caminos que la vida, siempre, te abre ante tus ojos. Y no es necesario ropaje. Ni para la cama, ni para los amantes. Huérfanos los tres del más mínimo de los elementos que cubra su desnudez, permite avalanzarse, sin miedo, en la búsqueda de extraños viajes que provocarán hasta cambios en la naturaleza de las personas. De los amantes y de los que les rodean.

Y es que no hay más aventura que una aventura en un escenario como el que se ha dibujado en el párrafo anterior. Dos escenas vienen a mi memoria, hoy martes, para ti lector puntual, miércoles, que sin duda evidencia el misterio de los amantes. El perenne dibujar mapas de territorios inexplorados en las pieles tersas, húmedas, temblorosas de dos seres que deciden, por unos segundos, hacer de ese tiempo el único tiempo vivible, disfrutable.

Michael Pitt caía en le redes de la enigmática Sei Ashina, cada vez que éste viajaba a Japón desde Francia para comprar huevos de gusanos de seda, a finales del siglos XIX. El juego de los amantes era descubrir el enorme placer que ofrecía la perenne tranquilidad amatoria de ella. Es dejarse cautivar por lo prohibido y una vez conseguido, coserse a ella, como ocurre en la película, para siempre.

En otra escena, Ralph Fiennes dibuja sobre el pecho de Kristin Scott Thomas lo que puede ser el verdadero camino hacia la felicidad de los amantes. Un territorio, equiparable al gran Erg, en el que ambos, diseñan estremecedores y furtivos viajes sin retorno a lugares jamás conocidos, salvo por ellos mismos. Es la sublimación del amor escondido y disfrutado en tiempos de guerra, de guerra emocional, de cuando la mentes no están en paz con sus corazones, dando la enésima oportunidad para trazar nuevos mapas como los que Ralph pinta con su dedo entre las clavículas de Kristin simulando construir sobre ellas un balcón que te deje observar el Bósforo. Un gesto, simplemente, maravilloso.

Es la metáfora permanente de los amantes. Es la realidad inventada de los escritores. Es la extraña y permanente sensación de búsqueda de la felicidad que todo ser humano traza cada mañana al abrir los ojos y sentir, de nuevo, que está vivo. No debemos perder esta guía de vista. Muchos son los peligros que os acechan cada mañana para restar un poco más en nuestra cuenta de la felicidad. Y sin embargo, no sabemos que, inventando mapas, un día, más antes que tarde, escaparemos de la isla. Y llegaremos a esa ‘cueva de los nadadores’ donde poder cumplir nuestro último deseo: reproducir aquella tarde de amantes en una cama desnuda y anónima.