Las serpientes de verano

 

 

Diario IDEAL, 3 septiembre 2014

 

Hay una vieja tradición periodística que estaba muy arraigada en los días de canícula que sufría España durante los meses de julio y agosto. Pero como quiera que ahora nada es como era, ni tan siquiera las serpientes de verano, es decir, aquellas noticias relativamente falsas (o no) que se iban inflando para tener al personal ocupado, al que lo contaba y al que lo escuchaba-oía-leía. Apenas si hemos tenido poses reales, no hemos visto a ninguna pepera de alto copete luciendo biquini, y hasta la presidenta andaluza, tan amante ella del ‘Aló presidenta’ en su radiotele de juguete, no sabemos si va a la playa con cholas, pareo o qué protección usa. Y es que las serpientes de verano han, simplemente, desaparecido. Ahora el ‘réptido’ ha dejado paso al plumífero pío-pío de Twitter donde todo el mundo dice lo que le sale de pico, sea verdadero, falso o neutro, responde lo que le apetece y por tanto, las bolas, lejos de inflarse se desinflan en cero coma. Y es que los veranos de esta parte del siglo XXI ya no son iguales. Antes Aznar lucía chocolatinas o ZP nos mostraba lo bien que sabía bucear Sonsoles después de aprender en la piscina que le pagamos todos -y todas-, pero ahora sólo podemos atisbar en las famélicas parrillas televisivas la triste figura de un hombre con el pelo pintado que parece que se dirige a un contrincante -ahora un nuevo- que hace como que es un teleñeco con la rosa prendada de tramoya catódica. Puro aburrimiento.

Por eso la peña se vuelca con #eltuiter. ¡Cómo mola! Hay rapsodas y ‘rapsodos’, críticos y críticas de cine, sexo y ‘sexa’ explícito y explícita, músicos y músicas, vídeos-‘vídeas’, foto y ‘fotas’, y hasta corredores y corredoras (con ‘se’ reflexivo incluido). Y está Pujol. Aquí la cagada del ave ha ido a depositarse en las más pútridas de las calvas clónicas de los pelos de Joda, para asesinar a la serpiente veraniega que ha dejado la madriguera llena de huevos pestilentes pintaditos con rayas rojas y amarillas. La clac ha enmudecido. Este verano se ha quedado sin saliva. Como las mal paridas de las gotas de sudor que han debido soltar nuestra ‘corruptocracia’ sindical, al verse en todos los papeles y tuits, habidos y por haber. Pero claro, en un país sin vergüenza, existen ellos, los muy sinvergüenzas que han escondido sus abdómenes cerveceros en escondrijos –pútridos y pestilentes también- evitando las mismas cagadas que le han dejado en la chepa al otrora jefe de la tribu del noreste.

Este verano la serpiente ha enmudecido frente al pájaro que le ha dado alas a los amantes de Hamás, silentes cuando el IS saca sus alfanjes y hasta nos hemos enterado que ‘la tonta de la semana’ era ésa que despotrica de los hebreos mientras se va al Mont Sinaí a parir a burgueses revolucionarios amantes del dólar y la dolce vita. ¡Otra caña, camarero! ¿O era Cañamero? Me lío con los ciento cuarenta caracteres. Porque los píos y pías, se entrecruzan con los ‘guasaps’, correos, ‘me gustas’ del cool Instagram (léase con acento british) o los comentarios del ‘feis’ que en esta época del año se ha llenado de ombligos, piestureos, zambullidas, primeros planos de paellas, gambas y tintos de verano. Y tintas.

En fin, que los veranos del siglo XXI ya no tiene aquel retorcido sabor agridulce que nos dejaban las despedidas de los últimos y tormentosos días de agosto, cuando dejábamos las bicis en Peal. Ahora el verano es una época del año donde los que trabajamos, no paramos. Los que paran, paran poco, y ni atisbo de serpientes. Este año yo creo que ni ha habido atascos. No lo sé porque no he visto la tele y de atascos se habla muy poco o nada en #eltuiter.

Por mi parte éste ha sido un verano extraño. Ya lo he dicho. Apenas si he parado cinco días -contados con los deditos de una mano-, he despedido a Fer que se nos ha ido a hacer las Américas hasta junio del 15, y me ha dado tiempo a ir a China -y volver- a morir casi de inanición, a seguir aprendiendo a exportar y llegar donde la presencia occidental es nula. Pero esto es parte de otra columna. Por lo menos, aunque a estas horas llegamos a casi los cuarenta grados, lo puedo contar. Porque si este verano me ha dejado algo no ha sido una serpiente o un pájaro. Es que el gran dragón casi me come. Y en trocitos, no me hubiese encontrado nadie.