Las sonrisas de la vida

Corren por ahí moradores diurnos, que descansa en la noche, y con su gracejo alteran el ritmo cardíaco del más mortal de los mortales.

Sus risas no valen dinero; sus caricias son tan sinceras que tu cuenta corriente se vuelve inexistente y cuando duermen, el cielo abre sus puertas para dejar escapar a sus ángeles guardianes.

No esperan nada. Sólo la mano. No piden, ni exigen, ni aguardan una transferencia para acallar errores.

Dibujan por el mero placer de hacer en papel lo que sus mentes crean y jamás piden jugar con aparatos electrónicos porque su libertad es tan sagrada que hasta Cristo jugó con ellos.

Sus huellas en la playa nos guían en días apocalípticos. Nos tocan el hombro y nos dicen al oido: te quiero papá.