Longevas

Una británica que cumplió sus 105 años la semana pasada atribuyó su longevidad al celibato, imaginando que las relaciones sexuales implican sobre todo «muchas molestias»

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Mi señora me invitó a que la acompañara al bosque. Hacía, extrañamente, un  calor poco adecuado para esa época del año. Las hojas, con todas las tonalidades de la tierra, yacían desnudas, recostadas, mojadas por la humedad del bosque. No sabía dónde me llevaría. Pero desde que salimos de palacio ella no me dejó a sola nunca. Siempre iba agarrada de mi mano. Al llegar ante el árbol más viejo de la zona, se giró hacia mí. Destrozó mi escote de algodón; se lanzó a amamantarse de mis pechos primíparos con la leche que brotaba de ellos como dos enormes fuentes. Sin ganas de verse saciada, llenó y bebió de mi boca. Y al introducir su mano bajo mi faldón, gritó. Me dejó pétrea ante aquel milenario tronco. Ella había decidido partir hacia la Cueva de las longevas. Fui su último trago de blanco líquido.