Memoria

Cuaderno de bitácora: día 21

Hay muchos de mis compañeros de Verde que recuerdan el momento de su nacimiento. Sin embargo, en mi caso, no recuerdo nada. Hay buena parte de mi vida que no la recuerdo, ni bien ni mal. Simplemente no existe. Y al no existir, es complicado acordarse mal o no acordarse de ello.

Creo que cuando tenía tan sólo 5 unidades de tiempo vital, me injertaron el intercomunicador compulsivo. Aquel día lloré… y sangré. Prometí a mis progenitores que nunca más volvería a beber de aquel agua prohibida. Como castigo, la Comunidad vecinal de nuestras unidades habitacionales aisladas, decidió que ya era hora de marcarme. Presentaba signos evidentes de individualidad y esa circunstancia, en Verde, no estaba permitido.

La individualidad elevada a su exponencial infinita había llevado a la extinción, casi, de la raza humana en la Tierra. No podíamos volver a caer en esa tentación. Desde entonces, marcado, he ido siguiendo la senda que, primero me marcaron mis progenitores, luego la Comunidad y posteriormente, la Superioridad organizada en el Consejo Global de la Interacción. 

Y pese al tiempo transcurrido, pese a haber cumplido con todas y cada una de las indicaciones que a lo largo de mi vida se me han ido exigiendo, buena parte de ella -en la memoria-, está borrada. Deleted. Y la que perdura, es una mezcla entre amargura, misión fracasada y contraórdenes de la Superioridad. Como esta misión. Cinco tripulante y apenas una o dos palabras en lo que está durando. Navegamos a ningún lugar. Después de Verde no hay nada.

Nosotros ya somos nada en el espacio. Yo soy nada. ¿Seré más que Dios?