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2010Mujer holográfica
Diario IDEAL 2 junio 2010
Llega el atardecer. Reclinado sobre esta tarde pienso en las redes oceánicas. Sin embargo, en este sofá, lo más que me recuerda al mar son las cortinas. Unas cortinas preñadas de la ligera brisa que se cuela sin avisar por la ventana y que las hincha. Es un velero urbanita. Un velero de secano. Un velero con el que no puede recorrerse milla alguna salvo que uses la energía que se aloja es este acelerador de partículas cerebrales que llevamos insertado desde nuestros orígenes. Sigo reclinado. Sigo observando el devenir de los golpes y contoneos de estas cortinas que, sin olor a mar, hacen que esté sintiendo la sal en mi piel. Aquí y ahora, tenemos prohibidos los sentimientos. Hace al menso dos generaciones que nos lobotomizaron. Si nos pinchan con un alfiler no sentimos apenas nada. Ni sentimos lo suficiente como para que se nos pare el bombeador rojo de nuestros pecho. Es esta cultura de la frialdad donde el único contacto se produce a través de reproducciones holográficas en algo parecido en una pantalla que emite sonido y si lo que estás viendo es una versión de una mujer del siglo XXI, aparece ante ti toda una conjunción de curvas que, añadidas una sustancias químicas que se desprenden de tu acelerador consigues mover los músculos inferiores de la ingle y hasta el bombeador rojo actúa a modo de arrítmica caja de música. Esa mujer holográfica se contorsiona, y dirige todo su interés en cimbrear con su cuerpo que se tensa como aquellas cóncavas naves que usó un héroe de la prehistoria. Por fracciones de segundos creo que hace todo eso por mí, para mi. Las cortinas siguen su juego. Hace mucho calor. Casi sin querer evitarlo subo el volumen de mi reproductor. Sus jadeos son tan intensos que aparece ante mí una sensación ante nunca conocida. El calor me ahoga. El ruido de mi bombeo llega hasta mi acelerador, pasando por mi oídos, mientras aquella mujer, desconocida, primitiva, desnuda, parece disfrutar como nunca antes los de mi generación llegaron a imaginar. Las velas de mi nave acuática se detiene. Hay un toque de queda en la ciudad. De nuevo todo se llenará de soldados. Con hoces y martillos. Es de nuevo la represión. Es mi generación. Una generación perdida. Me levanto a observar el movimiento en las calles. Me noto mojado.
Ya lo he hecho en alguna otra ocasión. Este pop up literario, escrito en tiempo real, pretender acercarte lector, si no estás acostumbrado, a la creación bloguiana, a lo que es escribir a tiro hecho en un cuaderno digital. Hoy me ha salido así. Con la que esta cayendo de calor y demás circunstancias, bien valía una ligera salida de lo clásico en una columna periodística. Cuando uno lleva ya más de cuatro años ejerciendo y ejercitando la creación, se gana en facilidad de crear. Esto se llama entrenamiento.
‘Hoy sabemos que la confianza en uno mismo, el entusiasmo y la ilusión tienen la capacidad de favorecer las funciones superiores del cerebro. La zona prefrontal del cerebro, el lugar donde tiene lugar el pensamiento más avanzado, donde se inventa nuestro futuro, donde valoramos alternativas y estrategias para solucionar los problemas y tomar decisiones, está tremendamente influida por el sistema límbico, que es nuestro cerebro emocional. Por eso, lo que el corazón quiere sentir, la mente se lo acaba mostrando. Hay que entrenar esa mente’. Esta frase sirve de epílogo a esta columna. Es del Dr. Mario Alonso Puig.
Dicho y contado queda.
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