Por fin

 

 

 

Wingsy

Papa Omaley

Mamá Omaley

Hermanos

John (Mary) Omaley

Peter (Eleonor) Omaley

Alf Omaley

Bob Omaley

Niguel Stinnger

Capitán Greg Connor

Padre Harmond

Arlintong siempre fue un sitio digno. No era el mejor cementerio de Wingsy pero desde luego se podía compartir espacio con los viejos caídos de la Gran Guerra. La Abadía recogía ese mañana a los dolientes. No faltaba nadie: papá, mamá, los hermanos John y Peter; Alf, Bob y Nigel; Mary y Eleonor. Todos sentados en el primer banco. Miraban con tranquilidad la caja rectangular que el padre Harmond rodeó en varias ocasiones vertiendo sobre la tapa agua bendita. Estaba hasta Beth, una amante ocasional, pero una buena mujer.

El pésame fue ofrecido a la familia de forma respetuosa. Todos en fila, fueron mostrando su más sentidas condolencias a los miembros que papá y mamá decidieron que estuvieran en la puerta de la Abadía.

La tumba junto al capitan Greg Connor, muerto en los campos de Deventer, en tierras de los tulipanes, era un buen lugar. Vecino de un héroe. Simon, el sepulturero, tras oír otra bendición del Padre y ver cómo levantaba su ceja en señal de ¡ahora!, comenzó a mover su pala. Las paladas hicieron que la tierra cayera de forma brusca haciendo ese ruido que para siempre se te queda grabado cuando sabes que dices adiós a un ser querido. Pero en todas las familias hay ovejas blancas y negras. Y éste era el caso de los Omaley. La más negra de todo el rebaño.

Mi madre fue violada hace cuarenta años. Mi padre aceptó su resultado. Sin embargo, una malformación coronaria congénita me afectó desde que nací. Ahora que escucho como la tierra choca contra mi nariz, pienso: por fin todos descansamos en paz.

 

(Escrito 5 mayo 2009)

Por fin