¿Por qué me gusta el desierto?

He tenido ocasión de "re-ver" la extraordinaria película de David Lean rodada en 1962 sobre la vida de Thomas Edward Lawrence, mas conocido como Lawrence de Arabia. La película gira entorno a los años que Lawrence pasó entre El Cario (Egipto), Akkaba (la ciudad portuaria en el Mar Rojo) y Jerusalem (la ciudad de las tres religiones) al servicio del ejército británico. 

 Hay una parte del film en la que se muestra su particular guerra con los turcos: encarnizada (y ladrona), apareciendo un periodista americano en busca de un héroe para su pueblo. En una de sus entrevistas él (el periodista) le pregunta a Lawrence que acaba de ser herido de bala en el brazo: "¿por qué le atrae el desierto?" y Lawrence, tras un breve respiro, responde: "porque está limpio".

En esta frase se resume la pasión que T.E. Lawrence profesaba por uno de los paraísos de este Mundo. Modestamente comparto su pasión. Nadie deberá morirse sin pasar una noche en el desierto.

Mi experiencia, mucho más prosaica, se ciñe a paseos en la puerta del Gran Erg, al sur de Túnez, puerta del Sáhara (entre Libia y Argelia) que llega hasta las playas de Mauritania, ya en el Océano Atlántico.

Jamás busqué en mi interior un solo motivo que describiese tal atracción.

Sin embargo, tras oir ese sencilla frase al gran Lawrence, ahora me siento más convencido de por qué estoy enamorado de ese mar de dunas, de ese cielo nocturno azul cobalto, de la arena-harina para amasar pan…

El desierto… el lugar más limpio del mundo.