¡Qué alboroto!

No, no lo pude resistir. No, no y no. Tuve que mirar.

Aquella ventisquera que se levantó al paso del subterráneo, me obligó (¡no, no quise!) a mirarla. Me forzó a indagar que escondía entre las columnas marmóreas que sostienen el universo de líquenes, felpudos y manzanas prohibidas.

No, no debía mirar. Sí, lo hice. Entono el "mea culpa". ¡Amparo no lo volveré a hacer!

Pero bien pensado… ¡qué más da!

Que se se fastidien los cieguitos (no ando yo muy allá) que esta visión fue mía y sólo mía. 

Luego nos fuimos a tomar unas copas y tras el embaucador sabor del gintonic me dejó que le pintara un corazón, justo junto a su pezón derecho. 

Me dijo… "es la mejor manera de sentir como un pez grande tiene también latidos".

Yo, ante esa afirmación, simplemente, me fui al baño y me corté las venas.