Querido Fernando:

 TAGS:


Diario IDEAL 7 junio 2012

Mañana (por ayer martes) vas a cumplir 14 años. Podía haber esperado a los 15 o a los 20 para enviarte esta carta, pero he pensando que 14 está muy bien. En esta edad, los de antes, nos despedíamos del cole y ya nos enviaban al instituto donde se supone que empezaba un nuevo ciclo. Tú estás en él ya que hoy los tiempos van que vuelan y os hacen(mos) crecer antes de tiempo. Y porque ya eres como eres, he pensando que hoy es un buen día para escribirte.

Eres responsable de que mi vida ya nunca fuera la misma. Eres, hoy, ese pedazo de mí que quedará en esta tierra cuando me llamen. Eres, grande de cuerpo y alma, valiente, bonachón y un gran deportista. Cumples con creces las leyes de la genética y por eso hoy, con 14, tienes más talla que yo en todo y pese a que te midas conmigo y me ganes, en estas competiciones siempre me gusta perder. Eres mucho más que yo. Sentirse inmensamente pequeño ante un hijo es un regalo.

Eres, antes, ahora y en el futuro, mi medida de la felicidad. No sabría ya ser sin ti. Me multipliqué el día que te vi asomar con aquella cabeza de casco de ciclista; y me volví más humano la primera tarde, aquella que España perdió contra Nigeria, cuando dormiste pegado a mi barriga tres horas sin parar. No tenías cordón umbilical pero desde entonces eres mío.

Y eres mío porque con tres meses arrugabas la nariz al ponerte una uva en tu boca; mío porque mis manos y las tuyas se fundieron en aquellos primeros pasos y mío, porque pese a tu rasposa barba incipiente, sigo abrazándote cada día aunque los brazos ya no sean lo suficientemente largos para rodearte. Sin contar las veces que recogí tus potas, limpié tus cacas o babas, o los sofocones de médico tipo ‘mariposas en la cara’ que me regalaste por la escarlatina o tus anginas.

Tengo la sensación -y convicción-, además, de haber sido testigo de toda tu vida. Por suerte, he compartido infinidad de horas contigo -es un lujo- y le doy gracias a la vida porque sé que las han sentido, como yo, intensas e irrepetibles, como aquellas noches en las que ponías a andar tu musiquero para no oír los llantos de Alex, o te agarrabas a mi rizos o al lóbulo de la oreja, dale que te pego, mientras te daba el biberón.

Hoy -por ayer- ya con 14 años, dejas atrás la niñez de forma definitiva. Entras en las pantanosas aguas de la pubertad y con tu cara, siempre de niño bueno, sabes que mis brazos estarán ahí para asirte, agarrarte, cobijarte o simplemente, chutarnos endorfinas abrazados o pegarnos una paliza nadando en las frías aguas de Lagos hasta la boya amarilla. Eres el hijo que siempre quise tener. Me encanta como eres.

Sabes que lo único que me da pánico es la oscuridad y el tiempo. Sin embargo, la ausencia de luz la llenas con tu simple presencia y el tiempo eres capaz de controlarlo en esos eternos segundos que dura un ‘te quiero papá’. Parecen frases hechas pero hoy no sé expresarlo ni más claro ni mejor.

Adoro tu pasión por el cine y discrepo de tus gustos por los videojuegos. Envidio tu templanza y anchuras y, sin embargo, me enorgullezco al heredar ya todas tus camisetas porque me estoy amojamando. Y ardo en deseos por enseñarte a montar la Harley. ¡Estúpidos caprichos de un padre!

Verás como 14 años no son nada. Nada en la vida de un hombre. ¡Tienes tanto por vivir! Pero no dejo de pensar en esas tardes largas de verano donde el cálido viento de levante, un día nos acompañe por la orilla del mar mientras que me cuentas cómo te trata la vida. Y seguiré con ganas de cogerte de la mano, de besarte, de abrazarte y de verte crecer como un hombre de buena voluntad, mirada limpia y sonrisa verdadera. No pido nada más.

Hoy, con tus 14 años, quiero reconocer que, una vez más, mi imperfección humana; la perfección sólo es divina -porque radica en Dios-; y desde esta imperfecta persona jamás consentiré que grites aquello de: ¡padre, por qué me has abandonado!