Reflejo

Cuaderno de bitácora: día 15

Estoy mejor. Poco a poco voy recuperando la capacidad de moverm. Siento las puntas de los dedos de mis pies. Han vuelto a colocarme una inyección de LSD. El dolor  ha desaparecido durante unas unidades de tiempo. Sin embargo, tengo la mandíbula completamente dormida. Tengo instalada una sonda nasogástrica para alimentarme. De nuevo, han debido colocarme helio nitrogenizado ya que, lo que me queda de lengua, sangraba, otra vez, a primera hora del segundo turno. 

En la fase R.E.M. de mi viaje post LSD he soñado. No es lo habitual. Esta droga, Loose Spot Dryodamine, te agita el corazón, te somete a un fuerte estado de somnolencia errática, pero te impide concebir imágenes en la parte trasera de tu cerebro. Hay un inhibidor de los sueños en uno de sus componentes neoquímicos. Sin embargo, he soñado.

Las imágenes oníricas que ha aparecido me situaban en la nave. Había un viejo retrete. En él, restos de  brazos y manos cortadas. La sangre era negra. Andaba descalzo. Al mirar hacia mis pies comenzaban a salirme unas aletas para evitar el bautizo. La pestilente y viscosa mancha negra comenzaba a subirme por la piernas. De repente, me hallaba ante un enorme espejo ovalado. Todo blanco. La sangre, los restos, mis aletas… todo, desapareció. Al fijar mi vista en el enorme espejo aparecía una imagen mía de niño… desnudo.  Segundos después, una enorme mano de mujer salía del espejo. Estaba ricamente adornada con pulseras de oro. Me acariciaba la mejilla. Pude, incluso, recordar aquel olor.  Su dedos llegaron  a las cuencas de mis ojos y sin apenas esfuerzos, se quedaba con mis globos oculares ensartados en sus dedos. Pero yo seguía viendo. En aquellos huecos aparecieron dos imágenes… mis progenitores. Comencé a llorar. Mis lágrimas eran  aceitosas gotas verdes. Y al penetrar en mi boca, me asfixiaban.

Aquí se acabó mi sueño.  Regresaba la rutina de un día más. Esta vez, sí. Nadie ha podido controlar mi sueño. Y yo, no lo he podido contar.