Síndrome Miss Robinson

Evaristo se comportaba como un hombre de mediana edad cualquiera. Cumplía con su trabajo y apenas destacaba en nada. Sin embargo, pese a sus 35 años, le encantaba descubrir como tras aquellas mechas de papel albal, joyas de ositos, pañuelos y megagafas de sol con letras ostentóreamente repujadas, había noches en números rojos, orgasmos inventados, hijos ingratos y maridos con adicción a las secretarias y meretrices de los garitos de alto standing de la A6. Evaristo los conocía a todos.

Evaristo descubría en su lista nuevas marcas de tanga o jugaba a la adivinanza de la última vez que le habría mordisqueado su pezón izquierdo. Aquellas que se movían entorno a los 50, eran sus preferidas. Cincuentañeras, arriba o abajo, con miradas tristes y bótox facial en la terrazas de los clubs de polo de la capital. Evaristo tenía carné de casi todo. Y cuenta en el NH Alcalá.

Hace una semana me llamó por teléfono y me dijo:

– ¿Sabes con quién estuve anoche en la 369?

– No, respondía conocedor de su larga lista. ¡Sorpréndeme!

Con Miss Robinson, esposa del cirujano de la princesa lista. Me enseñó a jugar con el mismo vibrador que hace furor entre las chicas de su edad – la de ella y la princesa lista-.

– ¿Y?

– Me retiro. Necesitaré hemoal a diario para el próximo año. Ya sabes que el que anda con mujer casada tiene la hojaldrina prestada.