Su luz

– ¡Eh, Perro callejero! ¿Otra vez borracho?

Es la voz del Sargento Pérez. Apenas puedo moverme. Ya no me hacen falta cinco litros de vino para emborracharme. Me quito dos o tres cartones para intentar recuperar la verticalidad. Pero es imposible. Un barco encallado en medio de la  ciudad es lo que parece mi cuerpo a la hora de intentar ni tan siquiera enderezar mi brazo izquierdo. Una luz, tal vez la de su linterna, me pega en los ojos.

Aquella luz era, sin duda, las más lumínica que conocía. Contaminaba la habitación como nunca antes lo había visto. Era similar a la que emiten un millón de neones conectados a un acelerador atómico. Se la colocaba entre sus pechos mientras me hacía lamerle sus tobillos como un perro… como el perro callejero que soy ahora. Un día explotó; le seccionó el cuello. Desde entonces, no hay luz. Guardo un pañuelo manchado de sangre entre mis cartones. A veces lo he usado como cuerda ahorcadora. Pero su largo no era suficiente. Lo encogió la sangre envuelta en su último squirt vaginal.