Tras Hermann Hesse

Hace muchos años, quizá demasiados, una buena amiga con la que compartía alguna que otra risa cómplice universitaria y paseos nocturnos en aquel modelo que llevaba un león rampante en su morro, me susurraba al oído muchas cosas mientras que me desperazaba de esa postpubertad tan sanguinaria con chicos cargados de complejos.

Aquella buena amiga me enseñó a sumar y restar contracciones respiratorias; a contar estrellas amarillas en un "R8", salón dormitorio de los aventajados de clase o a ver cómo desde unos ojos de gata parda, el Derecho Penal era más llevadero subidos a una silla mientras oíamos a "La Unión" en la vieja Toxiria.

Pero también es cierto que aquella buena amiga puso en mi camino a Siddharta.

Recuerdo muy bien sus palabras… cuando no había ni "pces", ni "mesenllers" , ni "esemeses".

Sólo voz, oído, tacto, vista y gusto.

– ¿Has leído a Hesse, Hermann Hesse?

– No, nunca.

– Lee Siddharta.

Lo hice y lo he hecho hace bien poco -una vez más… como Sam y su piano-. 

Nunca pensé que podría sentirme tan cerca de aquella recomendación como al limpiar el vaho de los cristales al viejo maestro, lobo estepario, por las calles de la ciudad que un día hizo se rindió a los pies del Kaiser  Fernando "el bueno", la Kaisirina Sisí o Ultravox.