04
2008Un fascinante encuentro
Días atrás, los que nos llamamos de esta forma, o sea, Fernando, celebramos nuestra onomástica. Quiere el destino (o tal vez estas casualidades jamás existan) que, ella, Isabel, sí, Isabel, ese pequeño ejemplo viviente de que la mano de Dios también se deja notar, como no, en forma de mujer, en la Tierra, ésta que cuidamos muy poco porque nos interesa más las pasta que los mares, campos o montañas, pues ni corta ni perezosa me citó en su lugar de trabajo, junto a la Universidad de Jaén.
Allí, ella, Isabel, conocedora de casi todas mis debilidades, me obsequió con un enorme regalo en el que me dejaba unido, para siempre, en un eterno maridaje con ella, Norma.
A Isabel Ocaña le deberé un regalo que jamás sabré encontrar porque ella es tan mágica como esa palabra que cualquier escritor desea escribir.
Dejo aquí ahora un recorte de este impagable regalo. Y mi pública gratitud y felicidad.
Comentarios recientes