Un nuevo orden

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Diario IDEAL, 23 mayo 2012

Vengo aún abrumado de la celebración internacional del ‘Food Revolution Day’ que no es ni más ni menos, que el día que ha elegido el híperconocido chef inglés, Jamie Oliver, para reclamar frente al mundo que comamos un poquito mejor. Y lo dice, por ejemplo, en un país como España, que creemos que somos la pera limonera en comida, y resulta que ya somos líderes mundiales en obesidad infantil. Este dato es demoledor. ¿Dónde se ha ido la dieta mediterránea? Además ganamos a todos los países de la UE en ingesta de comida basura. Para que luego presumamos. Somos, en esto, también los más catetos del grupo. Somos ‘antiyankis’ pero somos los europeos que más cine ‘made in USA’ vemos. Somos muy progres, pero el cine español nos interesa una gran mierda. Vamos de sanos por la vida y resulta que nuestros hijos son los más obesos del mundo lo que sin duda les restará calidad de vida. Y para ‘más inri’ somos los europeos a los que más le gustan esas marranerías de comida clembuterizada y anabolizada que meten en esos panes artificiales que ya nos hemos acostumbrado a comer. Porque lo del pan es otra tragedia nacional. ¿Dónde fue aquel pan de Viena que comía en Torredonjimeno? ¿Aquel pan de horno de leña que comía en Peal de niño (me consta que queda aún)? En Núremberg tienen censados 200 tipos de pan. Aquí tenemos 200 mierdas de barras artificiales que parecen pan pero que en realidad es una masa que en seis horas parece chicle y en diez, la mano de un mortero.

Cierto es que si buscamos, hallamos aún restos de todas esas delicias que han provocado que vayamos a ser más longevos que nuestros hijos. Por primera vez, y gracias a todas esa porquería insana que tragamos, esta generación de niños será menos vieja que sus padres. No funcionará la genética ya trastocada por mantecas, edulcorantes, aceites refinados y mezclados, esencias de casi todo y caca de la vaca abundante.

Pero pese a este panorama todavía hay personas, miles, millones que confiamos-creemos-amamos una comida sana, equilibrada que no debe ser necesariamente ecológica, pero que sí responda a un auténtico y real alimento.

Hay carne y pescado fresco; huevos sin alterar; vacas que pastan como toda la vida; quesos sin adulteraciones; aceite de oliva virgen extra que lo es -y no eso que se vende ahora-, tomates que saben a tomates o naranjas que hacen el mejor zumo del mundo. Hay quienes pensamos que unas lentejas, unos garbanzos, potajes, paellas o salmorejos, nos dan cien años de vida. Y eso lo piensan también en otros lares donde se come de maravilla.

Desde luego estamos inmersos en un gigantesco mundo globalizado que nos puede permitir precisamente eso. Exportar una forma diferente de comer. Pero demos ejemplo, por favor. La cuna de la dieta mediterránea no puede ser una canasta de obesos sin futuro por el mero hecho de que no sepamos alimentarlos de forma adecuada, sana y equilibrada. No es más caro comer mejor. Se puede. Hay miles de ejemplos en Internet. Tengo ya una cantidad de amigos que cocinan y aman lo que hacen de una forma que dudo que los ángeles custodios lo hagan. Y procuro que los míos, a los que le debo, al menos, enseñarles lo mejor que pueda -también en lo de la comida-, aprendan.

Aquí el papel de las madres sigue siendo esencial. Ellas, aún hoy, son las grandes responsables de los que desayunan, comen, meriendan o cenan nuestros vástagos. Y ellas son ahora más responsables que nunca. O debieran. Aunque esta tarea, sobre todo con los hijos, debe ser siempre compartida. Por eso en esto como en lo demás, la implicación del padre y de la madre debe ser otro aliciente más para ofrecerles lo mejor que tenemos: la cultura de lo sano, de lo equilibrado, de lo natural. Como lo hicieron nuestra abuelas. Nunca antes fuimos tan dueños del destino de nuestros hijos. Si ahora nos toca vivir por encima de 80 años ¿por qué no hacerlo de la forma más digna posible? Comer bien, comer mejor es responsabilidad de todos. Este nuevo orden gastronómico nunca debería haberse reivindicado. Pero hemos perdido batallas. Sin embargo no la guerra. Y ejemplos como el ‘Food Revolution Day’ es un rayo de esperanza.

Se lo debemos a nuestros hijos.