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2013Un San Cayetano con historia
San Cayetano (Cayetano de Thiene) vivió en Italia, entre 1480 (Vicenza) y 1547. Su prédica y sus actos han trascendido las fronteras y los tiempos porque siempre estuvo junto al corazón de los que pedían ayuda. Él solía decir: «Una derrota no es un fracaso… Nuestra confianza en Dios, en su Providencia, nos hace sentir seguridad… Debemos seguir rezando y actuando. Dios no nos abandonará» y firmaba: «Cayetano, miserable sacerdote».
Con esta breve introdución voy a contar la historia de la imagen de San Cayetano vinculada a la historia de mi familia y que desde 1960, aproximadamente, está en la ermita del ‘Cortijo Vallejo’, que fuera de mis abuelos maternos, hoy de mis tíos, en el término de Lobres, una pedanía de Salobreña, provincia de Granada, situada entre éste último municipio, Molvízar y Motril.
Cuentan que en Jolúcar, aldea de Gualchos (Granada), había una imagen de San Cayetano que durante la Guerra Civil española (1936-1939) fue destruido, conservándose solo el niño que tenía en su brazo izquierdo.
Entonces Vicente Vallejo Utrabo (mi bisabuelo en la foto de más arriba), Hermano Mayor de la Hermandad de San Cayetano de Jolúcar (celebra su día el 7 de agosto) decidió comprar uno nuevo y así se hizo.
Al morir Vicente se hizo cargo de la Hermandad su hijo Francisco Vallejo Ramón (mi abuelo materno – en la foto de abajo junto con mi abuela María-). Esta nueva imagen de San Cayetano era de escayola, imagen que se fue deteriorando con el tiempo, salidas, las manos de los peregrinos, procesiones, etc. Tal era su deterioro que decidieron comprar otra imagen de madera que sustituiría a la maltrecha figura de escayola.
El problema surgió cuando al llegar la nueva figura de San Cayetano de madera, decidir qué hacer con la de escayola. Así el Arzobispo llamó a Francisco Vallejo, mi abuelo, para ver si él quería hacerse cargo del santo o ver la manera de deshacerse de él.
Ante esta tesitura mi abuelo lo metió en una caja de madera y lo llevó a su cortijo, en el término de Lobres (Granada). Allí lo colocó, con el niño de la imagen original, en una pequeña habitación que precedía a su dormitorio y buscó a un escayolista que lo restaurara. Era aproximadamente finales de los 50. Ni mi abuela, María Valenzuela, ni mi tía Sacrita Vallejo, ni mi madre, María Vallejo, pueden fijar exactamente la fecha en que San Cayetano llegara al cortijo. Esa figura rápidamente se convirtió en objeto de adoración, sobre todo por los trabajadores del campo que todos los días entraban a pedir protección al santo en las diferentes épocas de cosecha: cañas de azúcar, remolacha, patata, etc. Ningún trabajador, ni mis abuelos, jamás sufrieron percance alguno. Lo atribuyeron a la protección del santo.
La protección milagrosa de San Cayetano del ‘cortijo de Paco Vallejo’, se extendió como la pólvora y el 7 de agosto de cada año, gentes de mil y un lugares comenzaron a peregrinar hasta el cortijo para rendirle culto y pedir protección. Esto provocó que en los 70, yo ya me acuerdo de esto, se habilitara una pequeña habitación a modo de ermita para el santo y evitar la entrada a la casa cada 7 de agosto. De esta forma, todo el que entrara en el cortiio podía rezar y venerar al santo sin necesidad de que la vivienda estuviera abierta.
En el año 2007, San Cayetano fue de nuevo restaurado por Jesús Sanromán. Desde hace unos años, tras la muerte de mi abuelo, mis tíos Sacrita y Pepe, se han hecho cargo del ‘Cortijo Vallejo’ donde la ermita se ha remozado para guardar la mejor de las tradiciones de mi familia.
No soy nada creyente, pero cada vez que voy al cortijo de mi abuelo, me gusta ver a San Cayetano y rogarle que ni a los míos ni a mí, nos suceda nunca nada.
Cada 7 de agosto, miles de peregrinos acuden al Cortijo Vallejo a venerar a San Cayetano. Una romería digna de la mejores tradiciones históricas, culturales y religiosas.
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