Una de aceite malo

Diario IDEAL, 29 septiembre 2010

Resulta que un día decidí meterme en esto de vender aceite de oliva. Siempre estuve en el convencimiento de que, como el vino, en el aceite de oliva había dos categorías: el bueno y el excelente. Sin más. Cuando llegué a conocer un poco mejor el oro líquido supe que el excelente era el virgen extra y que el bueno, podría ser, sin dudar, el simplemente virgen. Bien; conocida y asignada la división, me decidí, entonces por vender el que creía reunía todos los requisitos de calidad, sabor, esencia, glamour, etc… -todos los epítetos que se le colocan al mejor producto del mundo- y me lanzo a la piscina del mercado. El sector, del que huyo como de la quema, me lo encuentro repleto de intermediarios, comisionistas, corredores, tramposos, mentirosos, gentes de diverso pelaje, con escasísima (nula) formación, algunos devergonzados, otros atrevidos, y todos ellos con un denominador común: quieren para sus clientes el ‘aceite más malo que tenga’.

Claro, para alguien que pretende sensibilizar de las bondades de nuestros oleocaldos por todos los rincones del planeta, me parecía una simple tomadura de pelo. Que a la fuerza, se ha convertido en un tocadura de huevos, y es así porque, a renglón siguiente, me han dicho que lo han encontrado en la cooperativa de allí, de acá y de más allá, y siempre, baratísimo. Una chica me llegó a decir había conseguido virgen extra a 1,10 euros el litro. ¡Hagan juego señores! ¡Ris, ras, pon el culo que te caerás!

Claro, ante estas repetitivas actitudes, comentarios, llamadas, envíos de correos, etc, pensaba que todo mi esfuerzo de años de carrera, estudios de postgrado, gestión de empresas, juicios, viajes, comunicación, marketing y toda este retahíla de inservibles horas dedicadas a formarse como mejor persona y mejor empresario -uuuuuuuu ¡qué miedo sindicalistas! ¡qué viene el cocolicuatre!- no servían para nada porque al final, el mercado suministra jaco mal cortado infectado de yeso para que el yonki de turno casque rápido. Simplemente ¡escandaloso! ¡vergonzoso! ¡humillante! Pero el sistema está ahí, conocido por todos y favorecidos por todos. Que nadie mire para el otro lado. Si no ?por qué salen de forma periódica noticias sobre etiquetados mal efectuados? ¿análisis que dicen que el producto no es lo que parece? ¿bloqueo y embargo de partidas completas de envasado por fraude?… ¿Por qué si el umbral de la rentabilidad de un agricultor para un litro de aceite está por encima del 1,80 euros, las cooperativas, almazaras y demás se dejan amilanar por este terrorismo de precios que pone por los suelos nuestro más preciado bien? ¿O es que -de verdad- no hay voluntad de que esto cambie? Eso sí, la obsesión de todos es cisternas, y cisternas, y cisternas… ¡Sin miedo!

Como sé que no voy a cambiar el sector, por eso no me incluyo en él. Me exilio voluntariamente. Ahora sé que cuando me llaman pidiéndome mierda, yo los mando ahí y cuando me piden aceite de oliva virgen extra a precio de piruleta, afirmo sin rubor, que la piruleta se la pueden meter por el orto. ¿Dónde llegaré? A lo mejor ni al portal de mi casa… pero es que me da igual. Yo, en esto, tengo muy presente la memoria de mis abuelos Francisco y Paco, y por su dignidad y por todos los agricultores que conozco, yo no me bajo los pantalones y defiendo aquí, acá y más allá, que el oro líquido, nuestro aceite de oliva virgen extra, es algo tan sagrado, tan mimable, tan atendible, tan cuidable, tan amable, tan presentable, que bien merece dejarse el pellejo en su defensa.

Sin populismo. Sin envidias. Sin celos. Sin bozal.