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2010Vuelvo a Gribaltar
Diario IDEAL 25 agosto 2010
Mañana, ayer para ti lector, habré regresado a Gibraltar como lo hacía Mike Ríos con su granaína capital. Y lo hago no en un ataque de melancolía, tipo versión pop de Melón Diesel y su niña del sur, sino en un efectivo y directo viaje al extranjero sin necesidad de pasar por el trago de subirse a un avión. Porque, nos guste o no, Gibraltar nunca será español. Suena a letrilla de copla de la movida madrileña escrita en la cara B de un vinilo de Los Nikis, cuando pedían que España fuera de nuevo un imperio, o de aquel ‘Matar a Castro’ de Hombres G.
Vuelvo a Gibraltar, a su Main Street y a su alargada figura de colonia británica con acento gaditano en el que se puede pagar con ‘pounds’ y los niños creen estar en un decorado de cine. Porque eso es Gibraltar: un enorme y real decorado de cine. Una recreación de alguna zona londinense de finales del siglo XIX donde crees que, por cualquier rincón saldrá Sherlock Holmes persiguiendo a caballo a algún destripador, mientras que desde sus barberías, los clientes observan con su flema característica, la citada correría callejera.
Fui hace un año a Gibraltar buscando a los héroes caídos en la batalla de Trafalgar. No pude por elementales cuestiones de tiempo y mis acompañantes, tras varias horas de caminata estaban más por el comer en un garito british-british que en buscar tumbas de soldados desconocidos, aunque tengan muy presente la citada batalla. Si vienes al puerto de Málaga varás una réplica de la Santa María, buque insignia de aquella batalla y de la que, desde entonces, dejó de ser la mejor Armada del mundo.
Este año el cuerpo les pide monos y a mí ver esas tumbas. El año pasado deambulamos a lo largo de sus intrincadas callejuelas sin más destino que el que nos pidiera el cuerpo. Pasamos andando y aquello, pasaporte en mano, llamó poderosamente la atención a mis hijos que por la tarde vieron aterrizar en directo un avión de la BA a escasos metros ya que paseas por el aeródromo con el Peñón haciendo de peineta a los recién llegados. Se hicieron una idea, por ejemplo, de cómo pasan los mexicanos a EEUU, qué es una frontera… y esos detalles peliculeros que tanto le gusta a los más diminutos con tendencia a mezclar realidad con ficción.
En todo caso, de aquel viaje sacamos la conclusión de que Gibraltar nunca sería España. Salvo por el acento de las personas que hormigueaban por allí, no hay rastro ni a diestra ni a siniestra de que a menos de nada, haya otro país llamado España. Por no haber, no hay en las tiendas de souvenirs banderitas nacionales dentro de su potpurrí banderoso que se usa como reclamo al viandante. Aquel día era fiesta. Todo -o casi todo- estaba cerrado.
En esta ocasión será un ‘día de diario’ en el que podremos palpar qué se cuece en ese reducto sacado de una foto fija de una peli de aventuras diseñada por el mejor Dickens. ¿Habrá monos? Tal vez sí en esta ocasión. Desde luego lo que no se me escaparán serán los muertos que recorren, pistola y espada en mano, los angostos adoquines de un lugar en permanente homenaje a los que lucharon por su Union Jack.
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